Morsmorde
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Gran Bretaña, 1945 El Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería de nueva cuenta abre sus puertas para todas aquellas mentes emocionadas y expectantes de las maravillas de un nuevo año escolar. Amigos que no se han visto desde hace tiempo, queridos profesores de caras sonrientes y exigencias de un nuevo curso escolar, todo pareciera estar perfectamente calculado, todo esta planeado y se pronostica, que aquel año escolar será uno de los más anhelados y aceptados por los estudiantes. Pero no todo es lo que parece y ciertamente el plan de cierto grupo de estudiantes no es precisamente pasar sus últimos años en el colegio de manera pacífica, ellos quieren causar un cambio, quieren una revolución, quieren iniciar la diferencia en su mundo y no precisamente de la manera correcta ni por los motivos idóneos. Tom Riddle extrañamente comienza a mostrar maneras mucho más encantadoras que las del extraño chico que se conoció de primer a quinto curso, se le nota más seguro, constante y decido, sus palabras suaves como el susurro de una serpiente han comenzado a cautivar a la casa de Slytherin, prometiendo poderes y riquezas inimaginables sencillamente por participar como bulto en su movimiento revolucionario, la prudencia nunca se ha dado con las serpientes y cuando el poder se menciona y la pureza de una casta sale a relucir, casi nadie está dispuesto a negarse.





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De corazón a corazón no hay baile que cure del todo una herida (PRIVADO)

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Mensaje por Lucinda Scalovix Sáb Abr 20, 2013 7:32 pm

Si hubiese sido cualquier otra persona a la que Lucinda buscara al salir de la fiesta no habría sabido hacía donde ir. Se habría dado una vuelta por el jardín interior, sus bancas y sus árboles, habría buscado en el baño, en el corredor, incluso en el armario de escobas que había por ahí cerca. Si no hubiese sido Robert sino cualquier otro chico de seguro Lucinda se habría cansado de buscar y habría ido a mandarle una lechuza para que fuera el ave quien tuviera el valor de encontrarlo. Pero siendo Robert quien había desaparecido Lucinda no dudaba dónde podía estar: en el Campanario, su lugar especial. Por ello, y sin duda alguna, una vez salió del baile hacia el corredor sus pasos la guiaron de inmediato hacia la escalera. En el primer escalón se agachó y se deshizo de los tacones que llevaba puesto, sosteniéndolos con dos de sus dedos mientras subía escalón por escalón de los siete pisos que hacían de Hogwarts un castillo enorme. Estaba cansada, pero no lo suficiente como para no llegar arriba. Hacía aquel camino de bajada y de subida todos los días, estaba acostumbrada. Y aunque el castillo se veía aterrador, gigante moles de piedra y sólo con las antorchas iluminando el camino, Lucinda no paró de subir paso a paso hasta llegar al último tramo de escaleras.

En aquel silencioso y perpetuo viaje hacia el campanario su cabeza estaba confundida. No podía dejar de repetir en su mente lo sucedido en sólo unos minutos. De estar feliz, riendo y bailando como pocas veces, había pasado a aquel estado de absoluta nulidad. Su sueño de hacer aquel compromiso algo bueno parecía despedazarse frente a sus ojos. De pronto se sintió mínima, enana, sólo una pizca de arena en una costa interminable. Ante aquello se vio obligada a tragas una enorme bocanada de aire para no caer en las lágrimas que amenazaban sus ojos. Apretó uno de sus puños y subió el último tramo de escaleras encontrándose con la puerta levemente abierta. Tomó el pomo y empujó observando las enormes campanas del Castillo, y tras ellas, iluminado con la luna menguante, Robert recortado por la luz del astro y la oscuridad de la noche. Lucinda de inmediato se sintió aliviada.

- Robert- lo llamó con una voz que sonaba a auxilio. Era un susurro, calmo y sedoso, pero pedía rescate en cada una de sus sílabas. Descalza avanzó por la piedra. El viento exterior se colaba por las rendijas de aquella sala redondeada y abierta, y mecía el cabello y el vestido de Lucinda a medida de que se acercaba a Robert-. ¿Qué pasó?- le preguntó confundida sin dejar de avanzar hacia él. Soltó lo zapatos al suelo y produjeron un ruido sordo al caer, mientras Lucinda seguía avanzando con una inquietante lentitud-. ¿Por qué te fuiste?-le preguntó preocupada, temiendo que ella no hubiese sido capaz de ver todo el panorama con claridad. Estiró su mano hacia Robert, quien estaba demasiado cerca de la orilla. Desde ahí y con la mano estirada hacia él observó el rostro de Robert contra la noche infinita como si no hubiese nada más en el mundo que él, ella y aquella noche que prometía no volver a repetirse. Los ojos de Lucinda estaban brillantes, humedecidos levemente mientras observaba a su mejor amigo en la orilla de aquel lugar. Y por un segundo la imagen de Robert cayendo desde la torre hasta el suelo le vino a la cabeza y su corazón se apretó con aquel pensamiento. Hoy su mente, su futuro y su propia vida parecía del todo aterradora... como el peor de los cuentos.

Era la historia incesante de los corazones y esperanzas rotas.
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Mensaje por Robert McGonagall Sáb Abr 20, 2013 10:13 pm

¿Cómo podía, un simple acto, una simple palabra, una simple mirada provocar tanta desdicha en una persona? No lo entendía, no entendía hasta qué punto las emociones podían ser tan poco razonables. ¿Cómo era posible que mi cerebro permitiera ser desplazado de aquella forma? ¿Cómo podía ser que yo, un hombre racional y pasivo, pudiera reaccionar con tal impulsividad, de forma tan poco coherente? ¡Agh! ¿Qué me estaba pasando? Mis pies, por inercia, comenzaron a guiarme por las escaleras, subiendo los escalones con presura, absolutamente absorto en mis propios pensamientos. No sabía hacia donde me dirigía, ni siquiera era consciente de la atmósfera que me acompañaba, con un deje tenebroso al no tener demasiada luz que acompañara mi caminar, sin embargo era comprensible que no tomara en cuenta mi rumbo, ¿cómo poder enfocarme en él cuando mi cerebro estaba ocupado intentando encontrar la explicación a todas mis interrogantes anteriores? Solté un suspiro cargado de sentimiento, pesar, poco entendimiento y frustración, tan profundo que tuve que detener mi caminar, tranquilizándome un momento, percatándome recién en mi entorno.

Las paredes, el pomo de la puerta, con un decorado único en el castillo, la altura en la cual me encontraba, me dijeron todo lo que necesitaba para saber dónde me encontraba. Mis labios, sin mi autorización, se curvaron en una sonrisa irónica y mi cabeza se irguió hacia atrás mientras que mis ojos miraban al cielo, levanté mis manos y negué con la cabeza. - Ay, Dios. Ay, Dios. - Solté otro suspiro, esta vez más relajado, pensando en lo irónica que era la vida. Mientras intentaba de todas las formas posibles que mi corazón pudiera sacar a Luci de su interior, y mi mente de sus pensamientos, mis pies me traían al único lugar del castillo, y sus exteriores, que me recordaba a ella por completo. Totalmente resignado, giré aquel pomo e ingresé a la habitación donde se encontraba resguardado el campanario sin siquiera darme el tiempo de cerrar la puerta tras de mí, empujándola suavemente para que se juntara, sabiendo que no tenía mayor relevancia encerrarme en aquel cuarto, pues nadie me acompañaría en mi pequeño acto de rebeldía, escapándose del baile para hacerme compañía. Ingresé y fue como si la tuviera a mi lado. Podía ver su rostro, presenciar su hermoso cabello bailando al compás del viento, escuchar su melodiosa voz, incluso el rojo de sus labios acudió a mi mente, atormentándome de una forma descabellada. Cerré mis ojos y dejé que mis manos se posaran en el barandal que me impedía seguir avanzando hacia el exterior, dejando que la briza fresca acariciara mi rostro, despejando mi mente, permitiendo, también, que la luna pudiera hacer lo suyo, iluminándome como era debido, acunándome en sus brazos, guiándome a la meditación.

Tenía que hacer algo con lo que estaba sintiendo. Debía encontrar la solución, o inventar la fórmula para que, en vez de aumentar, comenzara a disminuir. ¿Cómo se suponía que enfrentaría mi día a día si mis sentimientos comenzaban a cegarme de esta manera? Terminaría exponiéndome frente a ella, humillándome. De todas las mujeres del castillo, de todas las mujeres del mundo mágico, Dios, ¿por qué ella? Pregunté a mi Señor, intentando encontrar la respuesta en el silencio. El amor, así como toda emoción, era difícil, por no decir imposible de comprender, lo sabía, siempre lo había sabido, sin embargo jamás creí que cuando mi momento de amar llegara, sería Luci la indicada, sin embargo, por otro lado, era ridículo pensar que hubiese podido ser otra la causante de mi tormento. Ella era perfecta, poseía todas las cualidades que yo buscaba en una mujer y me frustraba, así como me dolía, saber que Abraxas no era capaz de valorarla por quien era y lo que era capaz de entregar. Era tanta mi rabia contra él que, incluso, había llegado a sentir odio en mi interior, sin embargo luego de horas de oración aquello fue desapareciendo, gracias al cielo. Él no se merecía mi odio, nadie debería odiar, sin embargo si algún día cometía el error de pecar y poseer pensamientos y sentimientos que mi Señor catalogaba como incorrectos, no permitiría que él fuera el causante. No valía la pena.

Abrí mis ojos, dejando que mis pupilas se acostumbraran a la semi oscuridad y observaran el exterior, con una expresión seria en mi rostro, pensativa, como si buscara algo en la oscuridad, sin poder encontrarlo, sin embargo aquella postura me duró muy poco, era demasiado grande mi dilema interno como para mantener mi mente en blanco. Incliné mi cuerpo hacia delante, llevando mi cabeza hacia mis manos, dejando que mis dedos se enredaran en mis cabellos, mientras que mis piernas retrocedían un poco, permitiéndome quedar más cómodo en la posición, absolutamente atormentado, sintiendo cómo mi pecho se oprimía al recordar cómo Luci era guiada por Abraxas sobre la pista, con aquel brillo tan particular que poseían sus ojos cuando estaba frente a él. El nudo de mi corazón comenzó a viajar por mi organismo, pasando por mi estómago, alojándose finalmente en mi garganta y, a pesar de que estuve a punto de convertirlo en lágrimas, tuvo que permanecer allí por mucho tiempo, pues en ese mismo instante mi silencio, mi intimidad, mi meditación, mi soledad fue interrumpida por la culpable de toda aquella situación.

- Luci. - Erguí mi cuerpo de inmediato, asombrado por verla allí, sin saber qué decir. "Pasa que te quiero, te has colado en mi interior como nadie jamás lo había hecho, no puedo estar un minuto sin pensar en ti, sin querer ser el causante de la sonrisa en tu rostro y el brillo en tu mirada. Pasa que te has vuelto mi razón de levantarme en las mañanas y acostarme por las noches, sabiendo que al día siguiente volveré a estar sentado a tu lado en cada comida que ofrezca el gran comedor. Pasa que ya no sé qué hacer para sacarte de mi interior y, a pesar de mis esfuerzos, lo que siento por ti lo único que hace es crecer. ¿Preguntas por que me fui? Me fui porque no soporto verte en brazos de otro hombre, porque no soporto ver que el hombre que te empeñas en creer que es tu otra mitad no sea capaz de valorarte como te mereces. Me fui porque este poco inteligente y para nada racional corazón me ha convertido en un ser impulsivo que no es capaz de soportar ver a la mujer que quiere en compañía de su prometido." - No... me sentía bien. - Argumenté sin mentir, pero tampoco sin decir toda la verdad, desviando mi mirada, sin poder mirarla directamente a los ojos.
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Mensaje por Lucinda Scalovix Sáb Abr 20, 2013 11:50 pm

Una vez hace mucho tiempo su hermano le había dicho que Luci venía de Luz y de Luciérnaga. Que el brillo de la luna el momento que nació era lo único que recordaba de aquella noche, y que desde entonces siempre había sabido que ella, su pequeña hermana, sería la luz. Esas palabras vinieron a la mente de Lucinda al ver a Robert junto a la baranda. La luz le daba de pleno en la cabeza provocando que todo su ser pareciera brillar. Tenía un cierto aspecto angelical, de salvación que lo hacía parecer algo que salía de lo normal y corriente. Robert con esa luz a su alrededor no parecía parte de la humanidad, sino algo absolutamente diferente. Contrario a vivir y dirigido a algo mucho más importante: a la felicidad. El viento revoloteaba su camisa y el mismo se colaba por las piernas de Lucinda y provocaba o jugaba más bien con la idea de levantar su falda. Una mano de la Ravenclaw, atento a ello, bajó para tomar el faldón, mientras la otra parecía suspendida en el aire a espera de que Robert la tomara con la suya y diera un paso hacia ella... lejos de tanto brillo, de tanta verdad... de la baranda que amenazaba con desaparecer y llevarlo lejos de su vida humana y patética.

Lo miró y escuchó su vaga explicación con un gesto de preocupación. Avanzó lo que la separaba de él y llevó a que su mano rozara su rostro. La piel de Robert estaba fría por el suave soplo de la brisa. Sus ojos azules, transparentes como un cielo definido y vacío de nubes la miraban, y Lucinda dibujó una sonrisa en sus labios. Sus dedos rozaron con suavidad la mejilla del chico que había querido desviar su mirada de ella, y que ahora, sin otra opción, la miraba a los ojos-. ¿Te mareó el ruido?- le preguntó sin dejar de mirarlo con aquel gesto de preocupación en su rostro. Su mano paseó desde su mejilla y descendió hasta su pecho. A su vista Robert parecía estar bien, ¿pero qué sabía ella sobre enfermedades?. Lentamente su mano lo dejó de tocar y se apoyó sobre la baranda. Su cuerpo se ladeó y su vista se perdió en el bosque tenuemente iluminado por el brillo lunar. Un par de aves revolotearon a lo lejos en una danza diestra y oscura, y cuando Lucinda pensó en ello se dio cuenta que era muy probable que Abraxas tuviera su propio baile en ese momento con la chica rubia que no había dejado de mirar ni siquiera los escasos minutos que había danzado con ella. Su mano apretó la madera con un poco más de fuerza y se preguntó cómo la miraría él. Aquella pregunta ahondó en su corazón por un momento. En el fondo de su ser sabía que no quería conocer la respuesta.

- Yo... yo también me sentí mal...- confesé de pronto. Las palabras salieron de mis labios con debilidad, pero poco a poco fueron cobrando fuerza. Cerré los ojos y noté que el vértigo se apoderaba de mí, de mi cuerpo de una forma absoluta. El vacío que implicaba caerse y volar por unos instantes me atrajo. Quería caer, quería sentir el aire rodeándome completa, quería sentir el hueco en mi interior llenarse con aire. Lo quería, pero no lo iba a hacer. No era de aquellas chicas que hacían las cosas que pensaban. Con aquello volví a abrir los ojos y los perdí en la luna que se mostraba como una media sonrisa en aquel cielo infinito. Parecía ironía dibujada en acuarela. Lentamente ladeé mi rostro y observé a Robert. Sin zapatos él volvía a ser mucho más alto que yo y mi mano buscó su soporte tomando su brazo con cuidado. Abrí mis labios para decir algo, quizás que lo sentía por el fin tan abrupto de este baile. Decirle que esperaba que se sintiera mejor. Preguntarle si quería ir a la enfermería, y que yo lo acompañaría sin dudarlo. Mas ninguna palabra salió de mis labios. El baile... las miradas.... la pérdida absoluta de sentido en el futuro me golpeó tan de pronto y con tal brutalidad que creí quedar metafóricamente inconsciente. Y entonces mis brazos rodearon el torso de Robert y deposité mi mejilla en su pecho cuando la única lastimera y perdida lágrima salía de mis ojos. Me apreté con fuerza contra él, hacia él, y me acomodé entre sus brazos como si aquel lugar fuera el único del mundo que me quedara. Como si todo lo demás hubiese muerto....

Lucinda veía en aquel baile el final de la esperanza que había crecido en su interior de manera imperceptible. Los sueños rotos, la felicidad hecha añicos. No era desamor, era miedo al mundo sin amor alguno. Hundió su rostro en la camisa de Robert y aspiró de él como si su aroma fuera todo lo que necesitara para tranquilizarse. Así, cobijada en él se sentía como si caer no fuera una alternativa; y por ello cuando volvió a hablar lo hizo con un poco más de fuerza sin separarse de él mientras sus ojos se perdían en la noche-. Creo que Abraxas está enamorado de una chica- le contó sin duda en su voz, pero con una tristeza tan profunda que dolía de solo ser oída. Se estrechó un poco más contra su cuerpo y preguntó en voz alta-. ¿Y qué puedo hacer yo con eso, Osito? ¿Qué puedo hacer si ama a alguien...?- sus ojos se inundaron de lágrimas esta vez y notó que el dolor aumentaba a medida de que iba hablando. Aspiró una bocanada de aire y lo soltó lento... como un suspiro eterno. Calló porque no estaba segura de decir la siguiente pregunta en voz alta. Solo pensarlo dolía, y decirlo hería de forma absoluta. Pero no pudo evitarlo y lo tuvo que decir pensando que quizás Robert fuera el único quien le pudiera dar un consejo-. ¿Qué pasa si por mi culpa él nunca es feliz con quien ama?- preguntó con tristeza e ingenuidad en su voz imaginándose en su cabeza que ella sería la causante de romper en Abraxas todos los sueños.
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Mensaje por Robert McGonagall Lun Abr 22, 2013 11:17 pm

Sentir sus dedos rozar mi mejilla, provocando que finalmente mis ojos no pudieran mirar hacia otro lado, fue todo lo que necesité para volver a perderme en aquellos sentimientos que me embargaban de tristeza, desdicha y soledad. El brillo de sus pupilas, rodeadas de aquel verde que jamás había podido distinguir en otros ojos, convirtiéndose en el iris más intenso que había tenido el placer de presenciar, me cautivaron por completo, transportándome a un mundo que sólo podía ser real en mis sueños, en donde el anhelo de mi corazón era más que un simple grito mudo al vacío, dando paso a la felicidad que me entregaba la posibilidad de poder contemplar a aquella señorita, demostrando todo lo que sentía por ella a través de mi mirada, sabiendo que me correspondería la mirada y el sentimiento. Mi corazón latía desbocado, aquel irracional órgano me había dado múltiples problemas en el último tiempo, no obstante nunca me había sentido tan atrapado por él como ahora, sintiendo cómo se aceleraba a pasos agigantados, llevándome al borde del infarto, mientras la mano de Lucinda viajaba por mi rosto, descendiendo hasta mi pecho, posándose exactamente donde no debía posarse. Mis ojos, con miedo, se fueron a su rostro, analizándolo, temiendo que pudiera percatarse de mi inusual ritmo cardíaco, no obstante, finalmente, la alejó de mí, logrando que nuevamente tuviera sentimientos encontrados en mi interior, sintiendo soledad ante su abandono y alivio por seguir guardando mi secreto en lo más profundo de mi memoria.

Quería seguir con la conversación, responder a su pregunta, intentar ocultar el caos que había en mi mente y las emociones que albergaba mi corazón, no obstante, como de costumbre, mi querida amiga se apresuró a continuar con su diálogo, realizando un acto que no esperé en aquel momento, tomándome absolutamente por sorpresa. Por inercia, como acto reflejo, mis brazos rodearon su frágil cuerpo, dejando que su rostro se hundiera en mi pecho, teniendo que cerrar mis ojos ante el mar de sensaciones que aquel inocente, inofensivo e ingenuo acto estaba provocando en mí. Inhalé el aroma proveniente de sus cabellos, drogándome en él, dejando que mi amortentia ingresara por mis fosas nasales, llenado cada espacio vacío en mi interior, los cuales a esa altura eran demasiados, intentando llevar una parte de ella junto a mí, aunque fuera tan sólo por unos segundos. Tenerla entre mis brazos, de aquella forma, era más de lo que podía soportar en aquel momento, sobre todo debido a la intensidad en la que se encontraban mis emociones y, por lo mismo, sin pensar de forma coherente, sin medir las consecuencias, sin racionalizar el asunto, abrí mis labios para confesarme, sacando todo lo que llevaba dentro por tanto tiempo, liberándome de aquel secreto que me estaba torturando lentamente, haciendo añicos mi corazón, llenando de dudas mi cerebro, convirtiéndola en mi debilidad, no obstante la causa del por qué ella se había retirado de la fiesta salió de sus labios, provocando que un balde de agua fría cayera sobre mi cabeza, bajando por mis hombros, empapándome entero. Destrozándome.

Abraxas y siempre Abraxas. Apreté mis labios y la abracé con más fuerza, lleno de rabia y frustración. ¿Por qué no podía darse cuenta de lo que sentía? ¿Cómo no veía el daño que me hacía cada vez que hablaba de él? ¿El brillo en mi mirada era invisible? ¿El latido de mi corazón era mudo? ¡¿Cómo no se daba cuenta?! Me tragué el suspiro, como pude, abriendo mis ojos sin soltarla, armándome de valor para poder hablar, teniendo que seguir aguantando aquel nudo en mi garganta que lo único que hacía era aumentar, acumulando más y más lágrimas en su interior, las cuales de seguro no tardaría en liberar una vez aquella hermosa pelinegra me dejara en compañía del silencio y la soledad nuevamente. - Debes estar imaginándote cosas, Osita. - Murmuré mirando al vacío con voz ronca a causa del dolor, sin querer dejar de abrazarla por miedo a que pudiera notar el sufrimiento en mi mirada. ¿Qué podía hacer si ella anhelaba estar con Abraxas? No tenía derecho a inmiscuirse en su compromiso, no tenía derecho de matar aquella ilusión de un final de cuento de hadas, no tenía derecho a ser egoísta. - Abraxas es el hombre más afortunado del mundo por tener que compartir su vida con una mujer como tú, y estoy segura que se da cuenta de ello. - La animé sintiendo cómo mi corazón se volvía a desgarrar, abriendo una nueva herida, martirizándose sin que pudiera hacer algo para evitarlo. - Él será feliz contigo... Cualquier hombre sería feliz contigo. - Susurré sintiendo la verdad en mis palabras con tal intensidad como si pudiera palparlas, acariciarlas con mis manos, separándome de ella lentamente para poder mirarla directamente a los ojos, ahora que podía hacerlo. Mi mirada seguía cargada de emociones que ella no sería capaz de distinguir, no obstante ya estaba algo más calmado, relajado, pudiendo controlar en parte la impulsividad que me embargaba cada vez que me encontraba frente a Lucinda. - Estoy seguro que a penas llegamos a la fiesta, lo único que quería era bailar contigo y no perdió oportunidad alguna para ir en tu búsqueda, por algo duramos tan poco bailando. - Le recordé, tragándome las palabras de rabia, frustración, celos, envidia y, levemente, odio que me estaban cegando en aquel momento al recordar que, seguramente, seguiría disfrutando de la mejor noche de mi vida si el muy idiota no se hubiese entrometido en el baile que compartía junto a MI OSITA. - De todas formas, ¿por qué lo dices? ¿Viste algo que no te agradó? - Inquirí alejándome un poco de ella, tratando de mantener equilibrado mi corazón, que con tan sólo su aroma saltaba desbocado de una forma que jamás creí posible, sabiendo que tendría que buscar la manera de manipular mis emociones o, en su defecto, eliminarlas. No podía seguir así, no era sano, ni inteligente. No quería seguir sufriendo, no quería seguir soñando con un final feliz junto a una mujer que no tenía ojos para nadie más que su prometido, un ser vil, ruin y cruel que no merecía más que el cariño que pudiera entregarle su bendita madre. No quería que los sentimientos por ella avanzaran hasta un punto en el que me sería imposible regresar, mucho menos cuando, a pesar de mis emociones, lo único que hacía era lanzarla a los brazos de otro hombre, llenando mis actos con cobardía, sabiendo que no podía jugármela, no debía jugármela... No podía arriesgarme a perder su amistad, su comprensión, su compañía. Podía vivir sabiendo que Lucinda le pertenecía a Abraxas, mas no podría vivir sabiendo que al despertar no tendría todo el día para disfrutar de su presencia. Sencillamente, no podía.
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