La amante de Bolzano- una conversación entre libros- (Alphard)

por **Lucinda Scalovix** Sáb Abr 13, 2013 8:57 pm

“Mira el fuego, crepita como si intentara decirnos algo. Quizá intente decirnos que es preciso quemarse y destruirse en una pasión, renacer en un sentimiento, porque eso es la plenitud y la vida. Todo lo que ha existido crepitará y se quemará en nuestro amor si tú así lo deseas, si me llevas contigo o si vienes conmigo, lo mismo da, pero todo debe empezar de nuevo, porque así es el gran milagro del amor.

Te esperaré siempre. Porque lo que existe entre nosotros no puede desaparecer con el tiempo”.

Así decían las palabras del libro que Lucinda iba leyendo mientras avanzaba saliendo de la clase de Pociones. Llevaba la mochila a la espalda mientras daba pasos lentos, olvidada por sus compañeros de casa quienes se habían adelantado para la cena. Pero ella no tenía hambre. ¿Cómo pensar en comer cuando estaba enredada en las palabras de ese libro que hablaban de amor y de pasión?. Podía sentir la fuerza de aquella pluma que de fondo, como si casi pudiera oírla, lo acompañara la más suave y eterna de las melodías. Era una lectura armoniosa que tenía a Lucinda completamente embriagada. El diálogo entre Casanova y Francesca- ¡sí, la mujer amada se llamaba como ella y como su madre!- era inquietante, profundo, que decía mucho y nada a la vez. Definitivamente absorbente.

Ni cuenta se daba Lucinda de que llegaba a las escaleras que la sacarían de la mazmorras. Sólo las antorchas iluminaban su paso y las hojas del libro que su hermano William desde Norteamérica le había enviado. Se detuvo en medio del pasillo y se dispuso a cambiar de página. Mordió su labio inferior concentrada y siguió avanzando con sus pies a medida que sus ojos también avanzaba por las líneas con palabras. Tan sumida iba en ello que de pronto, y sin darse cuenta, chocó contra las escaleras y tropezó. Por inercia soltó el libro y se apoyó con sus manos antes de golpearse su rostro, pero sus rodillas cayeron con fuerza sobre el escalón y sintió el rasmillón que aquello significaría. A Lucinda nunca le había gustado el dolor físico-. Maldición- murmuró y escuchó unos pasos que venían bajando por las escaleras. Se sonrojó de sólo pensar que alguien la viera ahí: hincada en las escaleras luego de su tropezón. Rápidamente se puso de pie y bajó su mirada. El libro había caído a unos metros de ahí, y su rodilla, consciente del ardor que en ella había, estaba arañada por el golpe.

por Alphard Black Sáb Abr 13, 2013 10:27 pm

Alphard salió de la biblioteca con los deberes del día terminados, aquel día tenía una hora libre y para su suerte era la última, por lo que podía darse el lujo de ir a la sala común a descansar un poco antes de la cena, la cual últimamente se convertía es algo tedioso debido a los constantes comentarios que involucraban el nombre de Riddle. Alphard nunca sintió simpatía por aquel chico, lo veía demasiado serio y podría jurar que tenía un aura algo macabra pero viendo el efecto que tenía sobre sus hermanos y demás amistades no tenía otra opción que fingir interés, algo que se le daba bastante bien. De cualquier manera, nunca se perdía una cena por más insoportable que estuviera la mesa de Slytherin, pero siempre antes de irse a sentar tenía la costumbre de pasar a su sala común a dejar la mochila y la túnica, pues nunca le había gustado que sus mangas se mancharan con la comida, y no porque no supiera comer sino porque la maga que hacía la ropa de los Black, las hacía exageradamente largas al menos para él. Alphard amaba comer en la cena, era un placer después de un día agotador rodeado de tantas "buenas amistades".

Pasó de largo y siguió su camino, desviándose a las escaleras que daban a las mazmorras las cuales bajan en caracol y que Alphard siempre había odiado. Tarareaba una canción que no podía sacarse de su cabeza, la había escuchado el verano cuando estuvo en Londres caminando en dirección al callejón Diagon. Faltaban un par de escalones más y sin darse cuenta que había alguien delaten suyo saltó 3 escalones sólo para quedar frente a Lucinda, una chica de Ravenclaw que conocía desde hace tiempo y que ella era de las pocas personas, sino es que la única en el castillo, con quién podía comportarse como realmente era. –¡Luci!– dijo sonriendo de par en par –¿Qué haces por acá cerca del nido de las serpientes?– levantó una ceja y luego le sonrió de manera pícara –Si buscas a Malfoy, se anda atascando con las costillas adobadas– rió pero al ver el rostro de la chica se puso serio y notó que había un libro tirado cerca de ellos. Alphard fue hasta él y lo levantó, mirando por unos segundos la portada y abrió el libro en cualquier página.

Así se fugó, así lo precedió la noticia, así lo
recordó durante un tiempo Venecia. Luego la ciudad tuvo
otros asuntos en que ocuparse, y se olvidó de su hijo
rebelde. En la época de los carnavales ya sólo se
hablaba de un tal conde B., a quien habían encontrado
una madrugada —con su máscara y su traje de dominó—
colgado delante de la casa del embajador francés.
Porque Venecia también es ingrata.

Leyó Alphard y justo cuando sus piernas se estiraban para incorporarse no pudo evitar ver la rodillas de Lucinda y notar que una de ellas tenía un raspón. –Si sigues leyendo mientras caminas terminarás por caer a un pozo– le dijo entregando el libro a la propietaria –Y no finjas que no te dueles, te conozco y sé puedo estar cien por ciento seguro que por dentro estás haciendo pucheros– sonrió –Por cierto, que buen libro, ¿de dónde lo sacaste?– preguntó viendo el lomo –La amante... de Bolzano– leyó cerrando un poco los ojos.

La amante de Bolzano- una conversación entre libros- (Alphard)

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