Noche de pesadillas (Adam)

Noche de pesadillas.

El sonido de una puerta cerrarse y junto a ella un par de pasos sobre la madera y el sonido de una capa oscilando al viento. Como era de costumbre, cuando tenía tiempo libre, dedicaba un par de horas a practicar Quidditch si el campo estaba libre. Necesitaba esa dosis de adrenalina, y sobre todo después del día tan poco productivo que había tenido. Necesitaba sentir el olor de la brisa de las gradas mezcladas con el del pasto recién cortado y, por sobre todo, superarme a mí mismo cada día. Porque así era, solo competía conmigo mismo. Cuando salí al campo la luz del sol daño un poco mis ojos, los cuales ya se habían acostumbrado a la oscuridad de los vestuarios, en donde siempre me tomo varios minutos para prepararme, una especie de ritual personal; llevé mi mano hasta la frente, como un saludo militar, para ayudar a la adaptación de mis ojos y con la mano libre dejé la antigua maleta que contenía las pelotas de Quidditch sobre la hierba húmeda. Me quede un par de segundos allí, analizando el campo, el alto de los aros y sonreí, feliz de encontrarme allí. El Quidditch era una de las pocas cosas que me llenaban completamente. Hice crujir mis nudillos y cogí con firmeza el palo de la escoba. Alcé la mirada hacia el cielo azul, el sol ya no le molestaba; sin poder resistir un segundo más monté sobre mi escoba y me elevé por los aires, girando y comenzando a acelerar el ritmo, riendo, amaba esa libertad. Luego de un par de vueltas alcé mi varita y la maleta de abrió de golpe, enviando por los aires la tan característica pelota roja, que tenía que cuidar en los partidos y hacer que no entrara en los aros, mi inseparable Quaffle. Aceleré y la cogí al vuelo, girando sobre mi propio eje y haciendo unos cuantos ejercicios de calentamiento. Pasé así al menos una hora, que se me pasó en un abrir y cerrar de ojos.

Por mucho que me hubiera gustado poder quedarme en el campo sabía que debería volver a la sala común porque todavía me quedaba alguna tarea por hacer; nada urgente, pero yo era una de esas personas a las que les gusta hacer todo con anterioridad para no tener que estresarse más tarde.

Después de recoger la quaffle y dejarla en su sitio fui a darme una rápida ducha en los vestuarios y comencé a andar a ritmo rápido hacia el castillo. A mi parecer era una gran suerte que nuestra sala común estuviera en la planta baja porque no se tardaba casi nada en salir a los exteriores y además, estaba cerca de las cocinas. Cuando llegué a los barriles que me separaban de la entrada de la sala común los golpeé con mis manos produciendo ese ritmo tan característico que me permitiría entrar. Inicialmente me pareció que la sala estaba desierta, algo común a estas horas pero tras unos segundos me percaté de que sí que había alguien en uno de los sofás – Iana. La chica se encontraba sentada con las manos tapando su rostro. No sabía muy bien cómo interpretarlo así que decidí acercarme para asegurarme de que no la pasaba nada. - Iana – dije en voz baja. - ¿Estás bien? – pregunté al mismo tiempo que me sentaba a su lado.

IANA L. HAYES↔ SALA COMÚN ↔ TARDE